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Pèrlav.
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Qué
quieres, amigo.
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Quiero
que me prestes muucha atención. Haz lo que te diga exactamente, y
no preguntes por qué.
-
¿De
qué va todo ésto?
-
Shhhh.
Tú hazme caso.
-
Pero...
-
¡¡Shhh!!
¿Me vas a hacer caso o qué?
-
Está
bien, está bien, Tú dirás.
-
Vale.
Quiero que te incorpores muy lentamente. Muy despacio. Así, eso es.
Ahora gírate, con cuidado, y mira hacia donde yo estoy mirando.
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Oso pardo. |
Pèrlav
hizo caso: se levantó muy lentamente, se giró y miró hacia donde
Admir estaba mirando. Al instante el miedo le paralizó por completo.
Ante él, a unos ocho metros de distancia, había un enorme oso pardo
que avanzaba hacia ellos con la cabeza gacha, husmeando entre la
hierba.
Pèrlav
estaba aterrorizado, temblando como un cachorrito mojado. Se veía a
la legua que no estaba acostumbrado a tratar con animales de ese
tipo. No era ése el caso de Admir. Su trabajo de carpintero le
obligaba a estar frecuentemente en el bosque, tratando con leñadores,
buscando las mejores maderas y en muchas ocasiones durmiendo al raso.
Por eso sabía cómo actuar.
-
Bien,
Pèrlav. Lo primero que vamos a hacer es caminar hacia atrás muy
lentamente. El oso no quiere hacernos daño. Solo quiere comerse las
nueces del suelo, y nosotros se las vamos a dejar.
-
Pero...
-
Pero
nada. O eso o nos enfrentamos a él. Y no sé tú, pero yo no pienso
luchar contra un animal seis veces más grande que yo.
-
Está
bien.
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Oso pardo en el bosque. |
Los
dos amigos comenzaron a caminar hacia atrás, sin perderle la cara al
oso. Paso a paso se estaban alejando, y ahora se encontraban como a unos
veinte metros. No parecía que el animal tuviera intención de
atacarles. Estaban ya a punto de internarse en la espesura y escapar
definitivamente del peligro cuando Admir, sin querer, tropezó con
una raíz semienterrada, cayendo al suelo y golpeando fuertemente el
saco en el que tenía guardado el violín. Instantáneamente Alur
emitió un pitido fino y penetrante como una aguja de acero, molesto
como un punzón que se metía dentro del oído y llegaba hasta el
mismísimo cerebro. Duró apenas unos segundos; pero los suficientes
para que el oso dejara de comer y se incorporara sobre sus patas
traseras. Con el hocico husmeó el aire. Los localizó, los miró y
volvió a ponerse a cuatro patas, esta vez corriendo hacia ellos
¡Habían molestado y enfurecido al animal, y ahora éste les
atacaba!
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