miércoles, 6 de marzo de 2019

El violín encantado XXVIII


  • Pèrlav.
  • Qué quieres, amigo.
  • Quiero que me prestes muucha atención. Haz lo que te diga exactamente, y no preguntes por qué.
  • ¿De qué va todo ésto?
  • Shhhh. Tú hazme caso.
  • Pero...
  • ¡¡Shhh!! ¿Me vas a hacer caso o qué?
  • Está bien, está bien, Tú dirás.
  • Vale. Quiero que te incorpores muy lentamente. Muy despacio. Así, eso es. Ahora gírate, con cuidado, y mira hacia donde yo estoy mirando.

Resultado de imagen de oso pardo
Oso pardo.
Pèrlav hizo caso: se levantó muy lentamente, se giró y miró hacia donde Admir estaba mirando. Al instante el miedo le paralizó por completo. Ante él, a unos ocho metros de distancia, había un enorme oso pardo que avanzaba hacia ellos con la cabeza gacha, husmeando entre la hierba.

  • ¡Santa María!
  • Shhhh. Tranquilo. No hay por qué preocuparse, al menos por el momento. Los osos no tacan si no se les provoca. Haz todo lo que te voy a decir y no habrá ningún problema. Tenemos que permanecer tranquilos. Ponte detrás mía.

Pèrlav estaba aterrorizado, temblando como un cachorrito mojado. Se veía a la legua que no estaba acostumbrado a tratar con animales de ese tipo. No era ése el caso de Admir. Su trabajo de carpintero le obligaba a estar frecuentemente en el bosque, tratando con leñadores, buscando las mejores maderas y en muchas ocasiones durmiendo al raso. Por eso sabía cómo actuar.
  • Bien, Pèrlav. Lo primero que vamos a hacer es caminar hacia atrás muy lentamente. El oso no quiere hacernos daño. Solo quiere comerse las nueces del suelo, y nosotros se las vamos a dejar.
  • Pero...
  • Pero nada. O eso o nos enfrentamos a él. Y no sé tú, pero yo no pienso luchar contra un animal seis veces más grande que yo.
  • Está bien.
Resultado de imagen de encarando a un oso
Oso pardo en el bosque.
Los dos amigos comenzaron a caminar hacia atrás, sin perderle la cara al oso. Paso a paso se estaban alejando, y ahora se encontraban como a unos veinte metros. No parecía que el animal tuviera intención de atacarles. Estaban ya a punto de internarse en la espesura y escapar definitivamente del peligro cuando Admir, sin querer, tropezó con una raíz semienterrada, cayendo al suelo y golpeando fuertemente el saco en el que tenía guardado el violín. Instantáneamente Alur emitió un pitido fino y penetrante como una aguja de acero, molesto como un punzón que se metía dentro del oído y llegaba hasta el mismísimo cerebro. Duró apenas unos segundos; pero los suficientes para que el oso dejara de comer y se incorporara sobre sus patas traseras. Con el hocico husmeó el aire. Los localizó, los miró y volvió a ponerse a cuatro patas, esta vez corriendo hacia ellos ¡Habían molestado y enfurecido al animal, y ahora éste les atacaba!


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