Para que todos podáis disfrutarla, voy a intentar reproducirla aquí:
Mausoleo. |
Sin embargo quiso la mala fortuna que cierto día Laura cayese enferma. A pesar de los esfuerzos de sus padres y de todo el dinero gastado en médicos y medicinas, la pobre muchacha acabó falleciendo, víctima de la fiebre, la madrugada del 8 de noviembre de 1856.
A la mañana siguiente, el día 9, la noticia de la muerte de Laura se había extendido por la ciudad. Todos la lloraron, pues era querida y respetada. Por la tarde su cuerpo fue llevado al cementerio de San Juan. El ataúd fue depositado en el mausoleo de la familia para su descanso eterno. Por expreso deseo de la madre, Laura fue enterrada con su mejor vestido de seda y con unas valiosas joyas: un anillo de oro con una esmeralda engarzada; un collar de diamantes; y dos pulseras de rubíes y zafiros que valían tanto como un palacio entero.
Plaza Alta de Badajoz. |
Mientras tanto en la Plaza Alta, aquella misma tarde, un hombre entró corriendo a la taberna del Moro. Era alto, con sombrero y capa negra. Se sentó en un taburete y llamó por señas a otro tipo que allí había. Le dijo así:
- Shhh. Pascualillo. Ven aquí. Tengo algo que quizá pueda
interesarte.
Pascualillo se acercó, se sentó en otro banco y arrimó la oreja al que le llamaba.
- ¿De qué se trata? - susurró.
- De algo bueno. Muy bueno. Algo que puede hacernos ricos.
- ¿Qué es?
- ¿Te has enterado de que esta tarde se ha enterrado a Laura, la hija de los Suárez?
- Sí. Que en paz descanse. Buena muchacha era.
- Pues que sepas que no se ha enterrado sola. Su cuerpo va lleno de joyas.
Pascualillo abrió los ojos y la boca, primero lleno de asombro, y luego de avaricia. Robar a los muertos era un buen negocio. No se defendían, no gritaban y no te denunciaban a la policía. El golpe perfecto. El único inconveniente era el guardián del cementerio. La profanación de tumbas era un delito castigado con la pena de muerte. Pero él ya sabía cómo moverse por allí, puesto que en más de una ocasión había robado en aquel lugar.
- ¿Y dices que lleva muchas joyas? - preguntó Pascualillo tras un silencio de varios segundos.
- Sí. Yo mismo las he visto - respondió el otro - Oro, esmeraldas, diamantes, rubíes y zafiros.
- En ese caso habrá que intentarlo - sentenció Pascualillo.
- ¿Vamos a medias? - dijo el otro.
- Por supuesto. Tú das la información, yo doy el golpe. Así es como debe de ser.
Cementerio de San Juan. |
Anillo de Oro y esmeralda. |
El ataúd de Laura Suárez estaba abierto. Ella seguía allí, tumbada boca arriba. Y en el suelo, rodeado de las joyas de la muchacha y con una barra de hierro al lado, yacía muerto Pascualillo: un ladrón de poca monta que vivía por la Plaza Alta.
Collar de diamantes. |
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