miércoles, 24 de abril de 2019

La profanación. Historia de Jaime.

Jaime ha contado hoy una historia que nos ha dejado a todos con la boca abierta. Ya tiene su recompensa para el siguiente examen de Lengua ¡Bien hecho, Jaime!

Para que todos podáis disfrutarla, voy a intentar reproducirla aquí:



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Mausoleo.
"Hace tiempo, en la ciudad de Badajoz, vivía una familia muy rica. Eran los Suárez. Poseían tierras, casas, dinero, rebaños de ovejas, joyas... También tenían una hija, que se llamaba Laura, y que era un dechado de virtudes: buena, inteligente, amable, educada...

Sin embargo quiso la mala fortuna que cierto día Laura cayese enferma. A pesar de los esfuerzos de sus padres y de todo el dinero gastado en médicos y medicinas, la pobre muchacha acabó falleciendo, víctima de la fiebre, la madrugada del 8 de noviembre de 1856.

A la mañana siguiente, el día 9, la noticia de la muerte de Laura se había extendido por la ciudad. Todos la lloraron, pues era querida y respetada. Por la tarde su cuerpo fue llevado al cementerio de San Juan. El ataúd fue depositado en el mausoleo de la familia para su descanso eterno. Por expreso deseo de la madre, Laura fue enterrada con su mejor vestido de seda y con unas valiosas joyas: un anillo de oro con una esmeralda engarzada; un collar de diamantes; y dos pulseras de rubíes y zafiros que valían tanto como un palacio entero.
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Plaza Alta de Badajoz.

Mientras tanto en la Plaza Alta, aquella misma tarde, un hombre entró corriendo a la taberna del Moro. Era alto, con sombrero y capa negra. Se sentó en un taburete y llamó por señas a otro tipo que allí había. Le dijo así:

- Shhh. Pascualillo. Ven aquí. Tengo algo que quizá pueda
  interesarte.

Pascualillo se acercó, se sentó en otro banco y arrimó la oreja al que le llamaba.

- ¿De qué se trata? - susurró.
- De algo bueno. Muy bueno. Algo que puede hacernos ricos.
- ¿Qué es?
- ¿Te has enterado de que esta tarde se ha enterrado a Laura, la hija de los Suárez?
- Sí. Que en paz descanse. Buena muchacha era.
- Pues que sepas que no se ha enterrado sola. Su cuerpo va lleno de joyas.

Pascualillo abrió los ojos y la boca, primero lleno de asombro, y luego de avaricia. Robar a los muertos era un buen negocio. No se defendían, no gritaban y no te denunciaban a la policía. El golpe perfecto. El único inconveniente era el guardián del cementerio. La profanación de tumbas era un delito castigado con la pena de muerte. Pero él ya sabía cómo moverse por allí, puesto que en más de una ocasión había robado en aquel lugar.

- ¿Y dices que lleva muchas joyas? - preguntó Pascualillo tras un silencio de varios segundos.
- Sí. Yo mismo las he visto - respondió el otro - Oro, esmeraldas, diamantes, rubíes y zafiros.
- En ese caso habrá que intentarlo - sentenció Pascualillo.
- ¿Vamos a medias? - dijo el otro.
- Por supuesto. Tú das la información, yo doy el golpe. Así es como debe de ser.

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Cementerio de San Juan.
La luna llena estaba en mitad del cielo cuando Pascualillo se coló en el cementerio. Ya lo había hecho otras veces; para él aquéllo era como dar un paseo por el puente de Palma. Sigilosamente anduvo por entre las tumbas hasta localizar el mausoleo de los Suárez. Cuando lo hubo encontrado, se coló por una ventana medio rota que había en la parte de atrás. Una vez dentro, pudo ver que allí estaba, recién colocado, el ataúd en el que descansaba el cuerpo sin vida de Laura. Pascualillo sacó una barra de hierro que traía escondida en la capa e hizo palanca. Clank. La tapa cedió. Pascualillo la empujó con cuidado, y ante él apareció la cara blanca de la bella muchacha. Sí que tenía joyas. Pudo comprobar que su confidente no había mentido. Había un collar de diamantes, un anillo de oro con una esmeralda y dos pulseras de zafiros y rubíes. Toda una fortuna. Retiró el collar y las pulseras, sin tocar a la difunta. Pero cuando iba a coger el anillo... Sintió cómo un terrible escalofrío le recorría la espalda, extendiéndose como una descarga eléctrica por todo el cuerpo. "Tienes, miedo cobardica" se dijo a sí mismo para infundirse valor. "Vamos, hombre, que no pasa nada. Ya lo has hecho otras veces ¡Vamos!". Así, de nuevo con confianza en sí mismo, se dispuso a agarrar el dedo de Laura para hacer fuerza y extraer la valiosa joya.

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Anillo de Oro y esmeralda.
Un terrible grito sonó en el cementerio. El guardián se despertó. Parecía provenir del mausoleo de los Suárez. Rápidamente se puso los pantalones y las botas y salió corriendo para allá, con la escopeta cargada. Cuando llegó allí no vio nada raro. De todos modos sacó sus llaves y abrió la pesada puerta de bronce. Lo que vio dentro le dejó de piedra.

El ataúd de Laura Suárez estaba abierto. Ella seguía allí, tumbada boca arriba. Y en el suelo, rodeado de las joyas de la muchacha y con una barra de hierro al lado, yacía muerto Pascualillo: un ladrón de poca monta que vivía por la Plaza Alta.

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Collar de diamantes.
Nadie sabe por qué Pascualillo murió aquella noche en el panteón de los Suárez. Algunos dicen que el miedo acabó con su vida. Otros que quizá fue un infarto. Los menos... Afirman que el fantasma de Laura Suárez le mató y le envió al infierno por haber intentado robar sus alhajas. Nadie sabe la verdad. Pero lo cierto es que aún hoy, cuando alguien se queda en el cementerio de San Juan hasta más tarde de la cuenta, en el mausoleo de los Suárez parecen oírse como lejanos gritos, y en ocasiones, el ruido de una pesada barra de hierro cayendo estrepitosamente al suelo.

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