El violín encantado II
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Puerta Ecaterinei. |
Cierto día Admir andaba ajetreado en el taller construyendo unas mesas de comedor que el príncipe Vlad le había encargado. Había trabajado desde el amanecer, y por eso decidió tomarse un descanso y dar un paseo por los bosques que había alrededor de la ciudad. Cruzó la muralla por la puerta Ecaterinei y subió al monte Tâmpa, para relajarse y de paso buscar algunas maderas que pudieran servirle para crear su próximo violín. Era una tarde espléndida, templada de primavera, con el cielo azul salpicado de nubes blancas. Admir paseó tranquilo hasta la cima. Al llegar, pudo ver cómo las nubes que hacía media hora eran algodón se tornaban en plomo, arremolinándose y engordando. De repente, el primer trueno. Admir corrió cuesta abajo, de vuelta a la ciudad, pues sabía del peligro que entrañan las tormentas en mitad del monte. Empezó a llover. Más truenos y relámpagos. Granizo. Aquello era una tormentón en toda regla. Atemorizado, el carpintero cruzó el bosque como una centella, saltando y brincando por entre los troncos y ramas caídas. Tropezó varias veces, volviendo a levantarse y a correr aún más rápido. Y volvió a caer, lastimándose en esta ocasión un tobillo. Decidió Admir que si seguía corriendo podría hacerse aún más daño, de manera que buscó cobijo dentro de un tronco gigante hueco. Y justo cuando entraba cojeando en el refugio, un gran resplandor iluminó toda la arboleda. Luego un fortísimo trueno le tiró al suelo. Cuando pudo incorporarse y mirar, vio un abeto completamente en llamas. Y a sus pies, frente al refugio, un trozo de madera chamuscada y humeante. Sin pensárselo dos veces la cogió, y cojeando enfiló la cuesta abajo que conducía a la ciudad, con el trozo de madera entre los brazos.
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