Admir
estaba preocupado. Encaminó sus pasos hacia la casa Sfatului, por
ver si podía visitar a su amigo y averiguar qué había pasado
realmente. De camino a las mazmorras le adelantaron cuatro jinetes
que galopaban a toda velocidad. Uno de ellos era el Barón Modolin. A
los otros tres no los conocía, aunque seguro que serían gente
importante, puesto que llevaban collares de oro. Aquello no le daba
buena espina. Apresuró el paso y finalmente llegó a la plaza del
ayuntamiento. Respiró hondo y se dirigió al sótano donde estaban
las celdas municipales.
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Buenos días. Quería visitar a un prisionero.
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No se admiten visitas ¡Largo de aquí!
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Verá, señor carcelero. Permítame que me presente. Soy Admir, el carpintero. Mi amigo Pèrlav ha sido acusado de robar unas cucharas y una copa de oro, y me gustaría verle para averiguar qué ha pasado. Sólo quiero ayudar, y esclarecer la situación.
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Te vuelvo a repetir que no admitimos visitas. El prisionero Pèrlav no puede ver a nadie, y punto. Si no te vas de aquí ahora mismo, te encierro a ti también en otra celda.
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Vale, vale. Ya me voy.
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