Epílogo.
A la mañana siguiente los soldados fueron a buscar al conde de Medellín para proceder con la ejecución; pero se encontraron con que en la celda ya no había nadie. Con la boca abierta pudieron comprobar cómo un enorme agujero había aparecido en una de las paredes del torreón. Al examinarlo más de cerca vieron que los muros estaban roídos, con marcas de dientecillos de rata. Se dio la voz de alarma y se registró todo el castillo y alrededores, e incluso la villa de Medellín. Pero fue en vano: era como si al conde se lo hubiera tragado la tierra. Aquel día la reina Juana montó en cólera, pensando que todos se estaban riendo de ella. Abandonó el castillo muy airada, jurando que algún día regresaría para arrasar todo aquello, a hierro y fuego. Pero jamás regresó.
Por su parte, la condesa Beatriz quedó tan desconcertada como todo el mundo. No era concebible que en una sola noche, sin haberse escuchado ruido alguno, hubiera aparecido aquel enorme socavón. Ella misma en persona fue a examinar el boquete. Y efectivamente, tal y como habían dicho los soldados, los bordes del mismo estaban marcados con minúsculos surcos, sin duda fruto del trabajo de algún roedor ¿De alguno? No. De cientos. Quizá miles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario