martes, 22 de enero de 2019

Leyenda del juicio de Rodrigo.

Cuenta una antigua leyenda que en el reino de Castilla un hombre muy bueno, de nombre Rodrigo, fue injusta y falsamente acusado de haber asesinado a un tabernero. En realidad el verdadero autor del crimen había sido el Conde de Medinaceli; pero el juez había decidido encubrir al noble, ya que el conde era una persona poderosa e influyente, y además, amiga del rey Enrique II.

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Juicio medieval.
Rodrigo fue llevado a juicio ya sabiendo que sería condenado. No obstante, como él se sabía inocente, entró en la audiencia con la cabeza alta, mirando desafiante a todos los allí presentes.

"Rodrigo" - dijo el juez - "Se os acusa de haber asesinado al Hernando de Tábara, tabernero y padre de cuatro hijos ¿Cómo os declaráis?"

"Inocente, señoría" - respondió Rodrigo.

"Sea pues" - dijo el juez - "Que sirva este proceso para demostrar vuestra inocencia"

El juez, que como ya sabemos estaba comprado, cuidó no obstante de dar todo el aspecto de un juicio justo, por ello dijo al acusado:

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Escudo del Conde de Medinaceli.
“Conociendo tu fama de hombre justo y bueno, vamos a dejar en manos de la suerte tu destino: Vamos a escribir en dos papeles separados las palabras ‘culpable’ e ‘inocente’. Tú escogerás y será el azar el que decida tu destino”.

Por supuesto, el juez había preparado dos papeles con la misma palabra: ‘CULPABLE’. Y la pobre víctima, aún sin conocer los detalles, se daba cuenta que el sistema propuesto era una trampa. No había escapatoria. El juez ordenó al hombre tomar uno de los papeles doblados. Éste respiró profundamente, quedó en silencio unos cuantos segundos con los ojos cerrados, y cuando la sala comenzaba ya a impacientarse, abrió los ojos y con una extraña sonrisa, tomó uno de los papeles y llevándoselo a la boca, lo engulló rápidamente.

Sorprendidos e indignados, los presentes le reprocharon... -“Pero..., ¿qué ha hecho...?, ¿y ahora...?, ¿cómo vamos a saber el veredicto...?”.

“Es muy sencillo" - respondió Rodrigo - "Es cuestión de leer el papel que queda, y sabremos lo que decía el que me tragué”.

Con un gran coraje e ira disimuladas, tuvieron que liberar al acusado y jamás volvieron a molestarlo...




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