El
amanecer les sorprendió llegando
una plataforma de piedra desde la que se divisaba
todo el valle. Al fondo, muy muy lejos, casi como un puntito
diminuto, se veía la ciudad de Brasov ¡Sí que habían andado!
Decidieron parar para descansar un poco. Tenían mucha hambre, puesto
que
con las prisas de la huida no habían tenido tiempo de coger nada de
comida.
-
Admir, tengo un hambre atroz. Me estoy acordando de las gachas que me iba a dar el guardia cuando le estrellaste la tinaja en la cabeza ¿Qué llevas en ese saco? ¿Algo a lo que hincarle el diente? ¿Pan? ¿Queso? ¿Cecina?
-
No, amigo, no tengo nada de comida aquí dentro.
-
¿Entonces qué llevas en ella? ¿Un cuchillo? ¿Dinero para nuestra huida?
-
Pèrlav, de momento prefiero no decirte lo que hay. Prometo enseñártelo cuando lleguemos a Bisericuta Paganilor. No preguntes más.
-
Ah no. Eso sí que no. No me puedes dejar así. Ya sabes lo curioso que soy. Vamos, anda, enséñame lo que hay dentro.
-
¡Que no te digo! ¿No puedes esperarte un poco?
-
¡Sabes que no! Ahora me recome la curiosidad. Por favor, por favor, por favor...
-
Ayyy... Está bien. Mira.
Admir
abrió la boca del saco y extrajo el violín. Bajo el sol de la
mañana su madera brillaba con un precioso color mate oscuro.
-
Buaahhh – dijo Pèrlav con desprecio - Otro violín ¿Éste es el último que has hecho?
-
Sí.
-
¿Y qué tal suena?
-
Compruébalo tú mismo.
Pérlav
tomó el violín por el mástil y empezó a inspeccionarlo. Comprobó
que estaba bien alineado y calibrado. La caja de resonancia parecía
firme y sonora. El clavijero estaba impecable.
-
¿Te importa que lo toque un poco?
-
Adelante, tú mismo – respondió Admir expectante. Por fin iba a comprobar si todo lo del violín era o no asunto de su imaginación.
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