Los
dos amigos se aproximaron al violín, que seguía en el mismo lugar
en el que Pèrlav lo había dejado caer anteriormente. Se sentaron
junto a él. Admir lo tomó entre sus brazos y lo acunó como si
fuera un bebé. Le habló así:
-
No, no te equivocas. Tu amigo es un grosero patán pellizcador de violines.
-
Pero Alur, es que Pèrlav no sabía que tú eras un violín especial ¿Verdad que sí, Pèrlav?
-
Verdad, verdad. Si de algo sirve, te pido disculpas, Alur. Alur te llamas, ¿verdad?
-
Sí, así me ha bautizado Admir.
-
Bueno, en ese caso, acepto tus disculpas ¡Te perdono!
-
Bien, asunto arreglado – concluyó Admir – Alur, ahora te voy a guardar nuevamente en el saco porque tenemos que seguir avanzando hacia nuestro refugio, y de paso buscar algo de comida.
-
De acuerdo. No hay problema.
-
Y tú y yo, amigo, ¡en marcha! Sigamos subiendo, y busquemos algo a lo que hincarle el diente. El bosque está lleno de comida para quien sabe buscarla. Quizá podamos encontrar por aquí algunas bellotas, bayas o algo por el estilo.
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