Mi
nombre es Juan Portocarrero y Pacheco. Soy hijo de Don Rodrigo
Portocarrero, y II conde de Medellín por derecho propio. Hace tres
días mi madre Beatriz me encerró en el sótano de la torre norte
del castillo. Es un lugar húmedo, sombrío y tenebroso. No hay
puerta: me han bajado con una cuerda desde la planta superior, a 4
metros de altura. Me dan de comer dos veces al día, y una vez a la
semana un criado baja a limpiar mis excrementos e inmundicias ¡Me
tienen preso como a puerco en zahúrda!
Castillo de Medellín. |
* * * * *
Torre del Conde. |
Beatriz Pacheco. Estatua Yacente. |
Celda del conde de Medellín. |
Luego, por la tarde, he preguntado al carcelero que cómo se llama. Me ha respondido que Hernando. Le he pedido que me baje un cubo con agua para asearme, y así poder quitarme la peste a orines. Él me ha respondido que el aseo toca solo los domingos, pero que... Por el conde de Medellín haría una excepción. Me he lavado y ahora estoy escribiendo todo lo que me ha pasado hoy. Si este hombre sigue ayudándome, tendré que recompensarle con algo más que un molino.
Aljibe del castillo de Medellín. |
Rata común, de la especie de Munia. |
Hoy he pasado el día sin pena ni gloria. He comido, he contado las piedras que hay en las paredes y ahora, cuando ya cae la tarde, pienso en si volveré a ver a la rata. Tengo que estar muy despierto para asegurarme de si es o no real; para saber si ciertamente habla o si se me está yendo la cabeza.
Ventana de celda (saetera) |
Puerta del castillo de Medellín. |
"¿Bilingüe?"
volví a a preguntar.
"Sí,
bilingüe. Ya sabes, eso de hablar dos idiomas. Yo hablo
perfectamente ratuno y español ¿Quieres que te cuente mi historia,
o no?
Pensé
un momento. La verdad es que no tenía yo mucho que hacer allí
encerrado, sin compañía ni diversión alguna. De manera que dije:
"Será un placer escuchar vuestra historia, rata parlante"
Igual me daba si la rata era real o era fruto de mi mente enferma. Al
menos me distraería.
"Pues
vamos allá", dijo ella "Pero antes de empezar... ¿No
tendrás por casualidad por ahí un poquito de pan y algo de agua?
Vengo agotada de tanto corretear por el patio de armas. Un gato me ha
estado persiguiendo, y la carrera me ha dado algo de sed y hambre"
"Toma"
le dije, dándole miga de mi mendrugo y sirviéndole algo de agua en
el cuenco de mi mano. La rata se comió todo el pan y se bebió toda
el agua que le ofrecí. Luego de ésto empezó a contarme su
historia.
-
El conde de Medellín en la celda. -
¿Naciste en el castillo? - preguntó el conde.
-
Sí; nací en la torre sur, en las cocinas. Mi madre hizo el nido en un hueco que hay junto a la chimenea. Un lugar perfecto, ya que nos permitía estar calentitos en invierno y a la vez tener cerca la cocina para cuando nos entrara hambre. Qué bien estaba yo en el nido, con comida en abundancia y sin miedo a ser atrapada por los gatos. Pero, como te decía antes, al final crecí, y un buen día mamá, tras decirme que estaba embarazada y que llevaba en su barriga doce nuevos hermanitos, me echó de casa. Yo lloré y pataleé; pero de nada sirvió. Al final asumí que mi infancia se había acabado, y que tendría que empezar a sobrevivir por mi cuenta.
-
¿Dónde vives ahora? - se interesó Juan.
-
Justo detrás de la pared por la que me escabullí el otro día, cuando empezaste a chillar como un loco.
-
Humm... Ya veo. Eso significa que somos compañeros de celda, ¿No?
-
Bueno - respondió la rata - Estrictamente sí; aunque yo vivo aquí por gusto, en tanto que tú...
El
conde quedó pensativo. Sí que era verdad eso. Para la rata la celda
era su casa, el lugar donde protegerse de la lluvia, el frío y de
los gatos; en tanto que para él era una prisión oscura, lóbrega y
pestilente.
-
¿Y por qué puedes hablar? - Preguntó el conde al tiempo que sacudía la cabeza, como queriendo desterrar los pensamientos tristes.
-
¿Dices que el gran Antonio de Nebrija te enseñó a leer? Jajajaja.
-
¿Por qué te ríes? - preguntó Munia.
-
Pues porque no te creo. Me hubiera parecido mucho más verosímil que un mago te hubiera dado el don de la palabra, o que fueras una princesa a la que una bruja hubiera convertido en rata. Pero que Nebrija te enseñara a leer... ¿Desde cuándo las ratas pueden aprender a hablar? Pfffff…
-
Bueno, pues si no me crees ese es tu problema. De todos modos, que sepas que las ratas somos unos animalitos muy inteligentes. Más de lo que pensáis la mayoría de los humanos ¿Por qué crees que seguimos viviendo en todas partes, aún a pesar de vuestro afán por exterminarnos? Pues porque somos más listas que vosotros. Y aparte de la inteligencia, tenemos otras muchas virtudes ¿Quieres que te las cuente?
-
Vale - respondió el conde - Prueba a ver.
-
Crecida del Guadiana (Medellín)
-
¿No crees que te estás pasando un poco? - preguntó Juan, sin duda pensando que Munia era un poco embustera.
-
Pero es que es la verdad - respondió la rata.
-
Mira - prosiguió el conde - yo no digo que lo que cuentas sea falso. Pero ahora vas a tener que disculparme, porque tengo un sueño que me muero. Mañana, si quieres y te viene bien, podemos quedar.
-
Mañana puede que sea tarde - dijo Munia - Pero en fin, si tienes sueño... ¡Hasta la vista!
Dicho
ésto la rata se fue por su agujero. El conde se quedó pensativo en
su lecho, y luego se dio la vuelta para dormirse. Mientras el
cansancio le arropaba como una manta pensó en qué habría querido
decir Munia con eso de que mañana puede que fuera demasiado tarde
¿Demasiado tarde para qué?
Día X de cautiverio.
Han pasado muchas cosas desde la última vez que escribí, hace ya 3 días. Voy a intentar explicarlo todo ordenadamente, para no hacerme un lío.
A
la mañana siguiente de mi última conversación con Munia, tres
soldados se descolgaron por la boca del pozo que da acceso a mi
celda. Todos llevaban cascos puntiagudos, lanza, escudo y espada.
Después de atarme de manos y pies me subieron como a un saco, para
luego conducirme hasta las habitaciones de mi Madre, en la torre sur.
Una vez allí me introdujeron en el salón principal, y me dejaron
solo, sentado en una silla frente a la chimenea. Al poco tiempo
apareció mi madre.
-
Juan, hijo mío ¿Cómo estas? - preguntó ella.
-
Pues mal, madre ¿Cómo quieres que esté? Llevo metido en una celda siete días ¿Por qué me estás haciendo ésto?
-
Hijo mío - respondió mi madre al tiempo que un par de lágrimas caían de su ojo izquierdo - créeme cuando te digo que me duele en el alma todo lo que te estoy haciendo. Pero es para protegerte. Tengo que tenerte escondido durante un tiempo.
-
¿Y por qué? ¿Y de quién?
-
No sé si puedo decírtelo - dijo ella al tiempo que miraba insegura para un lado y para otro - Este castillo ya no es un lugar seguro. Te he mandado sacar de la celda porque voy a trasladarte a otro lugar.
-
¡No puedes dejarme así! ¡Necesito saber de quién quieres protegerme!
Juana la Beltraneja. |
Puente de Medellín. |
Me bajaron del carro y me desataron. Después de tantos días de cautiverio, daba gusto poder sentir el aire limpio en la cara. Lo primero que hice fue ir a bañarme al Guadiana. Los soldados me vigilaban atentamente. Mentiría si dijera que no pensé en dejarme arrastrar corriente abajo; pero luego descarté la idea, ya que si, como decía mi madre, la reina Juana me andaba buscando, lo mejor era estarse quieto, sin armar mucho jaleo.
Aquella noche dormimos en una cueva que estaba escondida tras de unos arbustos. A la mañana siguiente los guardias me dejaron dar una vuelta por los alrededores, aunque siempre acompañado de ellos. Estuve paseando y disfrutando del sol y del viento. Luego, a mediodía, comimos. Y por la tarde, cuando faltaban dos horas para anochecer, un jinete llegó cabalgando desde Medellín.
-
¡Noticias!
-
¿Qué noticias?
-
Mañana podéis volver al castillo. La Reina Juana ya no está allí. Va de camino a Portugal.
-
¿Es seguro?
-
Lo es. Pasad aquí la noche y mañana, antes de que salga el sol, partid para Medellín. La orden de doña Beatriz es que el conde Juan vuelva a la torre. Allí estará más seguro, escondido a los ojos de mirones y chivatos que podrían delatarle.
-
De acuerdo pues ¡Hasta la vista!
Fogata. |
Después
de cenar me tumbé en el suelo de la cueva, frente al fuego. Ya iba a
quedarme dormido, asumiendo que al siguiente día volvería a la
maldita torre, cuando sentí el roce de unos bigotes en mi oreja.
-
¿Qué diablos?
-
Shhh ¿Qué quieres, despertar a todo el mundo?
Munia al llegar a la cueva. |
-
¿Cómo has llegado? - acerté finalmente a preguntarle.
-
Me he colado en las alforjas del jinete que llegó esta tarde. Traigo información urgente para ti.
-
¿Información urgente? - me incorporé un poco más, ahora mucho más interesado que antes - ¿Qué información?
-
Información de lo que está pasando en el castillo. Mañana te llevan allí, ¿No?
-
Así es.
-
Pues es una trampa. La reina y sus soldados están conchabados con tu madre, y están esperando a que llegues para apresarte.
-
¡Maldita sea! - grité.
-
Shhh. Que vas a despertarlos a todos.
Yo
estaba sumamente alterado. No obstante hice caso a Munia, volviendo a
bajar la voz. Pensé un poco y luego pregunté:
-
Entonces, ¿por qué mi madre me ha mandado fuera del castillo? Si quería entregarme, bien podría haberme dejado allí, en la celda.
-
Tu madre es astuta - respondió Munia - Si te hubiera dejado en la torre, la reina Juana simplemente habría llegado y te hubiera atrapado sin más. En cambio escondiéndote aquí, en el salto del Guadiana, tu madre consigue una carta con la que negociar. A cambio de entregarte ha pedido a Juana las tierras que hay al norte del Guadiana.
-
¿Y ahora?
-
Pues ahora solo te queda una opción...
Munia
tenía razón. Solamente me quedaba una opción. Escabullirme hasta
el río Guadiana y dejar que me llevara la corriente.
Río Guadiana. |
Bosque de ribera. |
Alfonso V de Portugal. |
Como fugitivo tenía dos opciones: o seguir escondido en el bosque por un tiempo indefinido, o bien intentar huir fuera del reino de Castilla. Podría ir a Aragón; pero eso estaba condenadamente lejos. Portugal no era una opción, ya que el rey del lugar, Alfonso V, era marido de la reina Juana, mi mortal enemiga. También podría huir a Navarra, o quizá a Francia. Pero estábamos en las mismas: estaban muy lejos. Por tanto decidí que lo más sensato sería seguir escondido, a la espera de ver qué pasaba.
Una
vez me sequé, lo primero que hice fue explorar el bosque de fresnos.
Para mi desgracia, a la luz del día dicho bosque no parecía tan
grande. Apenas 200 metros desde la orilla del río hasta los primeros
campos de cultivo. Pude comprobar que efectivamente me hallaba muy
cerca de San Pedro de Mérida. Desde la orilla del bosque se
divisaban las últimas casas del pueblo. Tendría que tener mucho
cuidado para que nadie me viera.
Casa de Adobe con techo de Paja. |
Jubón de la época del conde (1475) |
-
Alfonso, ¿Has oído las últimas noticias? ¡El conde de Medellín ya no está preso!
-
¿Que qué?
-
Sí, sí, lo que oyes. Ayer, de paso por Valdetorres, me enteré que ya no está en el castillo. Por lo visto su madre lo mandó a un paraje apartado para esconderlo de la reina Juana; y el conde, aprovechando la ocasión, ha conseguido escapar.
-
¡Diablos con el Conde! ¿Y no le están buscando?
-
¡Vaya que sí! Decenas de soldados están peinando toda la Vega del Guadiana. Y por si fuera poco, la condesa ha ofrecido una recompensa de cien doblas de oro a quien lo capture.
-
¡Cien doblas de oro! Eso es una fortuna. Habrá que andarse con los ojos bien abiertos ¿Te imaginas que fuéramos nosotros sus captores? ¡Seríamos ricos!
Dobla de oro Castellana. |
Campesinos persiguiendo al Conde. |
Me
volví a dejar llevar por el río. Los aldeanos habían dejado de
seguirme, al menos por el momento. Aunque seguro que ya estaban
montados en sus mulos y caballos para buscarme río abajo.
El Guadiana en Villagonzalo. Las Piñuelas. |
Después pasé cerca de La Zarza de Alange. Allí había mujeres lavando la ropa en la orilla, sobre unas piedras. Se me quedaron también mirando, y rieron. Pero no llegaron a decirme nada.
Y por último llegué a Don Álvaro. Miré al frente. A mi derecha, sobre un pequeño altozano, las casas del pueblo. Frente a mí, un estrechamiento del río, que apenas alcanzaba una anchura de cuatro varas. Y a ambos lados, en las márgenes... ¡Soldados! Decenas de hombres con cascos y corazas, espadas y lanzas, bien armados, esperándome en aquella ratonera. Intenté nadar contracorriente, pero me habían visto. Se abalanzaron sobre mí, chapoteando por el agua, y me redujeron y maniataron. Estaba preso. Luego me metieron en un carro y pusieron rumbo a Medellín. Mi corta fuga había terminado. De vuelta a la torre, a mi celda, a esperar... ¿la muerte?
Epílogo.
A la mañana siguiente los soldados fueron a buscar al conde de Medellín para proceder con la ejecución; pero se encontraron con que en la celda ya no había nadie. Con la boca abierta pudieron comprobar cómo un enorme agujero había aparecido en una de las paredes del torreón. Al examinarlo más de cerca vieron que los muros estaban roídos, con marcas de dientecillos de rata. Se dio la voz de alarma y se registró todo el castillo y alrededores, e incluso la villa de Medellín. Pero fue en vano: era como si al conde se lo hubiera tragado la tierra. Aquel día la reina Juana montó en cólera, pensando que todos se estaban riendo de ella. Abandonó el castillo muy airada, jurando que algún día regresaría para arrasar todo aquello, a hierro y fuego. Pero jamás regresó.
Por su parte, la condesa Beatriz quedó tan desconcertada como todo el mundo. No era concebible que en una sola noche, sin haberse escuchado ruido alguno, hubiera aparecido aquel enorme socavón. Ella misma en persona fue a examinar el boquete. Y efectivamente, tal y como habían dicho los soldados, los bordes del mismo estaban marcados con minúsculos surcos, sin duda fruto del trabajo de algún roedor ¿De alguno? No. De cientos. Quizá miles.
Pronto, por la comarca de las Vegas del Guadiana, empezó a extenderse el rumor de que, en mitad de los bosques más espesos, un hombre barbudo y peludo caminaba feliz y contento acompañado por más de un millar de ratas. Él las cuidaba y defendía, y les proporcionaba alimento. Y ellas le querían y también le cuidaban. "El señor de las ratas", empezaron a llamar a este hombre las gentes del lugar.
Cuentan también que, cuando la guerra entre Juana la Beltraneja e Isabel por fin terminó, el conde de Medellín reapareció misteriosamente. Isabel había ganado la contienda, y Juana había sido desterrada y recluida en un monasterio de Coímbra, en Portugal. Dicen que Juan Portocarrero y Pacheco se presentó en el castillo vestido de harapos y acompañado de mil ratas; y que una de esas ratas, a la cuál él llamaba Munia, iba subida en su hombro. Aquel día reclamó su título de conde, y conde fue hasta el final de sus días. La reina Isabel le premió con títulos y tierras por su fidelidad.
Por su parte la condesa de Medellín, y madre de Juan, (Beatriz Pacheco) tuvo que renunciar al condado y pedir perdón a su hijo. Fue expulsada del castillo y acabó sus días en en monasterio de Santa María del Parral, en Segovia. Allí hoy día se puede ver aún su estatua yacente.
Supongo que muchos os preguntaréis cómo escapó el conde, y cómo sobrevivió en los bosques con sus ratas, y muchas cosas más. Esa, quizá... Sea otra historia.
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