Admir,
por su parte, se quedó allí de pie, sin saber muy bien qué hacer.
Volvió a la estufa y permaneció un rato mirando al violín. Sin
estar muy convencido de lo que hacía, le dijo:
-
Hola, señor violín.
-
Hola, Admir.
-
Bien, veamos, señor violín. Tengo una pregunta para tí ¿Por qué no has hablado antes cuando estaba aquí Antolina?
-
Sí, claro. Hablar delante de ella. Con lo cotilla que es ¿Qué quieres, que todo Brasov se entere de que tienes en casa un violín encantado? Inmediatamente serías acusado de brujería, los soldados vendrían a por ti, te atarían a un poste en mitad de la plaza y te quemarían vivo.
-
Humm... Eso es cierto.
-
¡Pues claro que es cierto, cabeza de chorlito! Ayyy, si no fuera por mi... Tienes suerte de que esté contigo. A mi lado todo te irá bien, ya lo verás.
-
Bueeeno, eso ya lo veremos. Lo primero, antes de nada, es saber si eres real o no. Aún no sé si de verdad hablas o si simplemente eres una invención de mi cerebro.
-
¡Pero eso tiene fácil solución, querido Admir! Tú lo que necesitas es verme conversar con otra persona ¿A que eso resolvería tus dudas?
-
Pues la verdad es que sí. Así sabría que no soy el único que puede oirte, y por tanto que eres real.
-
Pues ya está. Hala, llévame ante alguien de tu entera confianza, para que me oiga hablar y así acaben tus dudas. Y por favor, que no sea alguien como Antolina. Necesitamos gente discreta, no cotorras que vayan contando por ahí nuestro secreto.
-
¿Entonces ésto es un secreto?
-
Claro que sí ¿Acaso tú creerías a alguien que asegurara tener un violín que no arde, que habla y que encima puede resolver problemas? Te tomarían por loco. O peor aún, por brujo. Y no queremos eso, ¿verdad?
-
No, ciertamente no.
-
Pues eso. Y ahora anda, llévama ante esa persona para que de una vez por todas puedas comprobar que soy real.
-
Verás, el caso es que la única persona en el mundo de mi entera confianza... es Pèrlav.
-
Pues entonces habrá que entrar en la cárcel para que Pèrlav me vea hablar.
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