Admir
cerró el saco y desandó el camino hasta su casa. Sacó la llave,
entró y volvió a cerrar tras de sí. Subió al primer piso, donde
tenía su habitación y una pequeña salita en la que solía comer y
recibir a las visitas. Empujó la mesa que estaba frente a la
ventana, se puso de rodillas, levantó la tercera baldosa empezando
por la izquierda y del hueco que allí había extrajo una cajita de
madera. Dentro de ella guardaba los ahorros de toda su vida: 100
florines de oro. Tomó 5, dejando el resto bien guardado en su
escondite. Bajó las escaleras y se dirigió otra vez a la cárcel.
Ya eran las 3 de la tarde, y el bullicio de la gente había decrecido
bastante. Volvió a acercarse a la ventana.
-
Chssss. Zöer ¿Sigues ahí?
-
Aquí sigo, amigo ¿Has pagado ya la multa?
-
No. Voy a ello.
-
Pues venga.
Admir encaminó sus pasos a la puerta de la cárcel. Allí estaba el guardia, que al verle se levantó de su silla y se fue para él con la lanza preparada para darle un buen palo en las costillas.
-
¿Tú otra vez por aquí? ¡Ya te dije que no volvieras! ¡Ahora mismo te meto de cabeza en la celda del pozo negro!
-
¡Alto, alto, señor guardia! - dijo Admir encogiéndose y cubriéndose la cabeza con las manos, por si el guardia la emprendiá a golpes con él - ¡No vengo a molestarle! ¡Vengo a pagar la multa de un prisionero!
-
¿Siii? ¿De qué prisionero?
-
La de Zöer.
-
¿Zöer el panadero? Vaya vaya. Parece que ese bribón tendrá hoy su día de suerte ¿Eres familia suya, o algo así?
-
Bueno, podría decirse que sí.
-
¿Tienes los cinco florines de oro?
-
Sí. Aquí están – Admir agitó la bolsa de cuero, haciendo tintinear las monedas.
-
Bien. Quédate aquí. Voy a por él.
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