Subieron
las escaleras y llegaron a la última planta. Allí había cajas de
madera y una ventana. Se asomaron a ella y vieron la gran altura que
les separaba del suelo: más de 11 metros. Buscaron una cuerda por
allí, pero fue en vano. Oyeron voces y gritos en el piso de abajo
¡Ya habían descubierto al guardia inconsciente!
-
¡Arriba, arriba! - gritaron los soldados - ¡Tienen que estar arriba!
-
¡Dios mío, ya vienen! - gritó Pèrlav - ¿Qué podemos hacer? ¡Es el fin!
-
¡Ya sé! - exclamó Admir – ¡Tengo la solución! Antes, cuando estaba vigilando para entrar a rescatarte, me di cuenta de que de los laterales de la torre cuelgan pendones de tela que llegan casi hasta el suelo. Podemos descolgarnos por uno de ellos y huir hacia el bosque.
-
¡Bien! Vamos allá.
Ventana geminada. Torre Negra. |
Los
dos amigos volvieron a asomarse por la ventana, y esta vez sí que
repararon en el pendón. Se agarraron a él y comenzaron a descender.
Mientras, arriba, se escuchaba jaleo. Sin duda los soldados habían
llegado al piso superior, y ahora andaban buscándolos. Uno de ellos
se asomó por la ventana y ¡Ay! los vio. Al instante avisó a su
superior:
-
¡Mi capitán, el prisionero Pèrlav y otro hombre se están descolgando por la parte exterior de la torre!
-
¡Rápido, soldado, corta la tela! ¡Antes que huidos, prefiero verlos muertos! ¡Gor, Darli!
-
¡Sí, señor! - gritaron los guardias.
-
¡Bajad inmediatamente al pie de la torre y apresad a los fugitivos!
-
¡Sí, señor!
Pendón colgando de una torre. |
El
primer soldado sacó su cuchillo y empezó a rajar la tela del
pendón. Por suerte, Admir y Pèrlav ya habían alcanzado el suelo, y
ahora corrían como centellas hacia los arbustos. En unos pocos
segundos alcanzaron la espesura del bosque. Allí permanecieron un
momento quietos, agazapados, para recuperar el resuello y pensar bien
el siguiente paso que tenían que dar. Mientras, montones de
lucecitas salían de la torre. Sin duda alguna la alarma se había
extendido, y ahora grupos de soldados con faroles andaban rastreando
los alrededores para encontrar a los fugitivos.
-
¿A dónde vamos a ir, Admir?
-
De momento, a un lugar seguro. Sé de un refugio en las montañas llamado Bisericuta Paganilor. Está a diez horas de marcha de aquí. Es un paraje envuelto en el misterio, lleno de gigantescas piedras, robles centenarios y cuevas secretas. Allí estaremos a salvo durante un tiempo, y me podrás contar tranquilamente todo este asunto de la copa de oro. Además, yo... Yo también te tengo que contar algo asombroso que me ha pasado.
-
Bien, bien – respondió Pèrlav - Vayamos a ese sitio que tú dices.
-
Adelante pues. Sígueme, y mira bien por donde pisas. Cualquier ruido demasiado fuerte puede alertar a los soldados.
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